miércoles, 11 de agosto de 2010

MARÍA ASUNTA , SIGNO DE ESPERANZA

Carta de S.E.R. el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona para el día 15 de agosto de 2010, solemnidad de la Asunción de la Virgen.

"María Asunta es un nombre entrañable y muy frecuente. Muchas madres y hermanas nuestras lo llevan. En este día celebran su santo la mayoría de niñas, jóvenes y mujeres que llevan el nombre de María. Es un misterio entrañable de la Madre de Dios. Lo celebramos siempre a medio mes de agosto y este año se diría que es más fiesta por el hecho de coincidir en domingo. Muchos pueblos, villas y ciudades de nuestra tierra celebran hoy su fiesta mayor.
La Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un dogma reciente. Lo proclamó el Papa Pío XII en el año 1950. La verdad de fe de la Asunción ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II, que expresa así la creencia de la Iglesia: “La Virgen Inmaculada, libre de cualquier mancha de pecado original, acabado el curso de su vida terrenal, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y exaltada por Dios como Reina del universo, para que tuviera una mayor semejanza con su hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte”.
La Asunción de la Virgen María es una participación singular en la resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los otros cristianos. Ella vive ya aquello que cada creyente, la Iglesia entera y toda la humanidad anhela vivir un día: la vida plena de Dios, la vida nueva de su Hijo Jesucristo.
La liturgia bizantina celebra esta maravilla que Dios hizo en María con estas palabras: “A la hora del nacimiento has guardado la virginidad; a la hora de la dormición no has dejado el mundo, ¡oh Madre de Dios! Te has unido a la fuente de la Vida, tú que has concebido al Dios vivo y que, con tus oraciones, libraste nuestras almas de la muerte”.
La Madre de Cristo es glorificada como reina universal. Aquella que en la anunciación se definió como “esclava del Señor”, imitó durante toda su vida terrenal fielmente a su Hijo, aquel que vino “a servir y a dar su vida”.
María, asunta al cielo, no acaba aquel servicio salvífico, sino que lo continúa “hasta la consumación perpetua de todos los elegidos”, manifestando así su mediación maternal. El Concilio Vaticano II afirma que María asunta al cielo “no se ha desentendido de su dedicación salvadora, sino que con su intercesión múltiple continúa procurándonos los dones de la salvación eterna”. María, con su caridad maternal, cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y que se encuentran en peligros y angustias hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada.
María nos precede hacia la Jerusalén celestial. Y, como afirma también el Concilio Vaticano II, María es “signo de esperanza firme y de consuelo para el pueblo de Dios que está en camino”.
Invoquémosla con las diversas plegarias que nos ha legado la tradición de la piedad mariana de la Iglesia. Además de la breve y tan profunda oración del Ave María, pienso ahora en la bellísima plegaria de la Salve, en la que la invocamos calificando a Santa María como “vida, dulzura y esperanza nuestra”.
+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona

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