El Papa Francesc clausura les jornades mundials de les confraries i germandats a Roma.
"Las Hermandades, una realidad tradicional en la Iglesia que ha
vivido en los últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento"
Així començava l'homilia del Sant Pare Francisco en la Jornada de les Cofradies i de la Pietat Popular que es varen celebra del 3 al 5 de maig en Roma amb motiu del Any de la Fe i en la qual participaren nombroses cofradies d'Espanya. Aquest aconteixement en el qual es varen inscriures més de 50.000 persones, segons ha precisat el president del Pontificat per la Promoció de la Nova Evangelització, permetrà que les cofradies dels països on la tradició es més forta, entre ells Italia, Espanya, Malta, francia, Polonia i Irlanda.
Als presents el Sant Pare els va animar a viure amb autenticitat
evangèlica, eclesialitat i ardor missioner, ja que al llarg dels segles
les confraries han estat forja de santitat de molts que han viscut amb
senzillesa una relació intensa amb el senyor.
La plaça de Sant Pere del Vaticà va estar omplerta per estendards i
creus de guia de les confraries d'arreu mentre sentien de la veu de
Pare Francisco que la pietat popular és una modalitat legítima de viure la
fe. Existeix una varietat de paraigües, de colors i de signes: així és
l'Església, una gran varietat en la unitat.
Homilía completa del Santo Padre
Queridos Hermanos y Hermanas
En el camino del Año de la Fe, me alegra celebrar esta Eucaristía
dedicada de manera especial a las Hermandades, una realidad tradicional
en la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos una renovación y un
redescubrimiento. Os saludo a todos con afecto, en especial a
las Hermandades que han venido de diversas partes del mundo. Gracias por
vuestra presencia y vuestro testimonio.
Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de los sermones de
despedida de Jesús, que el evangelista Juan nos ha dejado en el contexto
de la Última Cena. Jesús confía a los Apóstoles sus últimas
recomendaciones antes de dejarles, como un testamento espiritual. El
texto de hoy insiste en que la fe cristiana está toda ella centrada en
la relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Quien ama al
Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu Santo
acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se indica el
centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a
Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio.
Dirigiéndose a vosotros, Benedicto XVI ha usado esta palabra: «evangelicidad».
Queridas Hermandades, la piedad popular, de la que sois una
manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia, y que los
obispos latinoamericanos han definido de manera significativa como una
espiritualidad, una mística, que es un «espacio de encuentro con
Jesucristo». Acudid siempre a Cristo, fuente inagotable,
reforzad vuestra fe, cuidando la formación espiritual, la oración
personal y comunitaria, la liturgia. A lo largo de los siglos,
las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con
sencillez una relación intensa con el Señor. Caminad con decisión hacia
la santidad; no os conforméis con una vida cristiana mediocre, sino que
vuestra pertenencia sea un estímulo, ante todo para vosotros, para amar
más a Jesucristo.
También el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado
nos habla de lo que es esencial. En la Iglesia naciente fue necesario
inmediatamente discernir lo que es esencial para ser cristianos, para
seguir a Cristo, y lo que no lo es. Los Apóstoles y los ancianos
tuvieron una reunión importante en Jerusalén, un primer «concilio» sobre
este tema, a causa de los problemas que habían surgido después de que
el Evangelio hubiera sido predicado a los gentiles, a los no judíos. Fue
una ocasión providencial para comprender mejor qué es lo esencial, es
decir, creer en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y
amarse unos a otros como Él nos ha amado. Pero notad cómo las
dificultades no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. Y aquí
entra un segundo elemento que quisiera recordaros, como hizo Benedicto
XVI: la «eclesialidad».
La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se
vive en la Iglesia, en comunión profunda con vuestros Pastores.
Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia os quiere. Sed una presencia
activa en la comunidad, como células vivas, piedras vivas. Los
obispos latinoamericanos han dicho que la piedad popular, de la que sois
una expresión es « una manera legítima de vivir la fe, un modo de
sentirse parte de la Iglesia» (Documento de Aparecida, 264). Amad a la
Iglesia. Dejaos guiar por ella. En las parroquias, en las diócesis, sed
un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana. Veo en esta plaza una
gran variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran
riqueza y variedad de expresiones en las que todo se reconduce a la
unidad, al encuentro con Cristo.
Quisiera añadir una tercera palabra que os debe caracterizar: «misionariedad».
Tenéis una misión específica e importante, que es mantener viva la
relación entre la fe y las culturas de los pueblos a los que
pertenecéis, y lo hacéis a través de la piedad popular. Cuando,
por ejemplo, lleváis en procesión el crucifijo con tanta veneración y
tanto amor al Señor, no hacéis únicamente un gesto externo; indicáis la
centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y
Resurrección, que nos ha redimido; e indicáis, primero a
vosotros mismos y también a la comunidad, que es necesario seguir a
Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme.
Del mismo modo, cuando manifestáis la profunda devoción a la
Virgen María, señaláis al más alto logro de la existencia cristiana, a
Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como
por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta
discípula del Señor (cf. Lumen gentium, 53). Esta fe, que nace
de la escucha de la Palabra de Dios, vosotros la manifestáis en formas
que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes
culturas... Y, haciéndolo así, ayudáis a transmitirla a la gente,
especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio
«los pequeños». En efecto, «el caminar juntos hacia los santuarios y el
participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también
llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto
evangelizador» (Documento de Aparecida, 264). Sed también vosotros
auténticos evangelizadores. Que vuestras iniciativas sean «puentes»,
senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. Y, con este
espíritu, estad siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada
comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y
da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se
encuentra en dificultad. Sed misioneros del amor y de la ternura de
Dios.
Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos
al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él,
como piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades,
toda nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su
misericordia y de su amor. Así caminaremos hacia la meta de
nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no
hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del
sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea.
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